rasgos causados por selección natural. Veían adaptaciones por todos lados; los bichos más feos eran para ellos criaturas maravillosamente diseñadas, por selección natural, claro. El enorme y antiestético pico del tucán, que Buffon había llamado «trasto inútil y engorroso» (Caponi, 2011a, p. 99), era para Bates un órgano adaptado de forma magnífica. Así como desde la teología de la naturaleza Buckland había mejorado con mucho esfuerzo la imagen del megaterio sudamericano, Bates hizo lo propio con aquella ave picuda, proveniente, no de manera casual, de ese mismo subcontinente.16 Pasando en limpio: como vimos en el capítulo i, el programa adaptacionista, la segunda agenda darwiniana de Caponi, no maduró de forma inmediata luego de que se adoptara la selección natural como explicación principal de la evolución (hacia 1860). El programa fue inaugurado por Darwin; luego impulsado por Bates, Müller, Wallace y varios otros neodarwinistas, y recién maduró al consagrarse la perspectiva seleccionista con la ts, hacia 1940 (a la que no debemos confundir con el neodarwinismo). La consolidación vendrá años más tarde, hacia 1960. Su debilitamiento lo estamos viviendo aun hoy.
El desarrollo bajo de la luz de la evolución Repasemos lo visto en los capítulos ii y iii. Antes de Darwin había dos interpretaciones embriológicas diferentes, ambas fijistas por igual: la teoría de la recapitulación de los filósofos de la naturaleza (la llamada ley de Meckel-Serres) y la ley del desarrollo del ruso von Baer. Hasta 1859 la cosa estaba repartida, pero la aceptación generalizada de la idea de evolución inclinó la balanza hacia la recapitulación, la cual, lógicamente, fue resignificada bajo esa nueva luz. A partir de entonces, las fases embrionarias dejaron de ser vistas como meras representaciones de formas adultas inferiores (como planteaba la ley de Meckel-Serres) para ser consideradas como verdaderas reminiscencias de adultos ancestrales. Para un evolucionista interesado en la historia filogenética la idea era muy seductora (de ahí que haya terminado prevaleciendo); ahora, al menos en teoría, era posible conocer la historia evolutiva de una especie solo observando su desarrollo embrionario. No hacía falta salir a buscar fósiles; esa historia estaba escrita en los embriones. En todo caso, se esperaba que, a la corta o a la larga, los restos paleontológicos terminaran confirmando aquellas hipótesis efectuadas sobre la base de observaciones puramente morfológicas 16 Precisamente, en tiempos de Buffon, las formas sudamericanas en general eran vistas como versiones imperfectas de las formas del Viejo Mundo. De ahí lo de «no de manera casual».
118 | Salgado / Arcucci