una cadena completa era siempre más perfecta que un solo eslabón, por más perfecto que este fuese. De hecho, solo así podía entenderse por qué un Dios perfecto se había complicado la vida creando un mundo repleto de criaturas imperfectas. En efecto: todas las formas posibles debían necesariamente existir. Los organismos imperfectos eran necesarios en el orden de la creación: hasta el mismísimo ser humano. Adán Buenosayres, el personaje creado por nuestro Leopoldo Marechal, lo dijo bien clarito: «el creador necesitaba manifestar todas las criaturas posibles; el orden ontológico de sus posibilidades le exigía un eslabón entre el ángel y la bestia; y eso era el monstruo humano» (2000, p. 32). Bien, pero ¿por qué una cadena y no otra cosa; una red o un árbol de los seres, por ejemplo? Según parece, el principio de plenitud de raíz platónica no admitía otra representación que la de una cadena. Otra metáfora no hubiera sido lo mismo, por cuanto los espacios vacíos entre los hilos de una red o las ramas de árbol, por ejemplo, darían a pensar en la inexistencia de formas (lógicamente) posibles (Bowler, 2000, p. 56). La naturaleza jerárquica de la gcs, el ordenamiento lineal y progresivo de los organismos, es una consecuencia lógica de aquel principio. De yapa, la cadena demostraba la existencia de Dios. En efecto, los eslabones intermedios de la gcs eran dependientes o contingentes, mientras que el del extremo superior era independiente o autosuficiente (si A causa B, B es menos perfecto que A: la causa es siempre más perfecta que su efecto), de manera que la sola existencia de seres imperfectos demostraba la existencia de uno perfecto: Dios. Siglos antes, San Anselmo (1033-1109) había llegado a una conclusión similar de un modo parecido: los seres eran buenos y bellos de un modo diverso y limitado, por lo que debía haber necesariamente un ser que tuviera esas perfecciones en grado supremo.
Toda la cadena en un solo eslabón En el inicio, la gcs comprendía solo a formas adultas. A partir del siglo xviii, cada uno de los eslabones de la gcs (cada organismo, en definitiva) comenzará a ser visto como una sucesión de fases que emulaba a la gcs en su totalidad; una pequeña cadenita cuyo último eslabón era, precisamente, aquel estadio adulto que formaba parte de la cadena mayor en representación del organismo total. De manera comprensible, esto no fue posible antes de que el conflicto entre preformación y epigénesis fuese zanjado a favor de esta última. Es claro; si la preformación hubiese resultado victoriosa, el desarrollo embrionario de cada eslabón individual no habría podido ser visto como una sucesión de fases cada vez más complejas o perfectas, ya que la preformación supone simplemente una sucesión de hombrecitos (en el caso humano, al menos) Teorías de la evolución | 43