geológica del planeta podían atribuirse a ese enfriamiento.14 Como veremos, la tet no era admisible en un contexto de ciclos geológicos, como el planteado por Lyell. El reverendo William Buckland (1784-1856), profesor de Oxford, centro del conservadurismo anglicano, fue a la vez un teólogo de la naturaleza, un geólogo catastrofista y un paleontólogo progresivista partidario de las creaciones sucesivas (Bowler, 2000, p. 287): lo que hoy llamaríamos un creacionista científico (p. 238).15 Aunque Buckland siempre estuvo un poco al margen de la controversia uniformitarismo-catastrofismo, terminó volcándose hacia el segundo por pura conveniencia, ya que las violentas sacudidas que planteaba esa doctrina le permitían explicar mejor la completa destrucción de faunas y floras (Buckland, 1837, p. 121). Lo que más le interesaba al profe de Oxford era destacar que esas transformaciones geológicas (sobre todo la aparición de las tierras emergidas) fueron convenientes a la aparición del hombre: para Buckland, la geología revelaba el plan de Dios (p. 44).
Lyell y las bases de la geología y biología darwinianas Charles Lyell, el precursor de la geología moderna, pensaba, en sintonía con el uniformitarismo huttoniano16, que la tierra se había transformado muy despacio desde su formación. Su obra más importante, Principios de geología, es un alegato (claro, Lyell era abogado de profesión) a favor de la invarianza de las leyes naturales (doctrina conocida como actualismo). Sin ser un biólogo, Lyell ocupa un lugar destacado en la historia de la biología por haber influido al gran Darwin. En efecto, nuestro campeón creía que la evolución biológica era el resultado de un mecanismo (la selección natural) cuyos efectos eran imperceptibles a escala humana y que operaba en la actualidad con la misma intensidad que en el pasado (uniformitarismo biológico). Sin embargo, la influencia del abogado y geólogo llega hasta ahí nomás. Hay aspectos del sistema lyelliano que nada tienen que ver con el evolucionismo de Darwin. Para empezar, los cambios que Lyell tenía en 14 Recordemos cómo Alcide d’Orbigny pensaba que la pérdida de calor de la corteza había causado, aunque indirectamente, el movimiento violento de las aguas del mar y la inundación parcial de la América meridional. 15 Además, fue el primero en dar nombre propio a un dinosaurio: el Megalosaurus. Luego, fue Gideon Mantell quien acomodó la denominación a las exigencia de la nomenclatura linneana y lo llamó Megalosaurus bucklandi en honor a su descriptor, nombre actualmente en uso. En los primeros meses de 2014 nos enteramos por las redes sociales de los festejos por el 190 aniversario de aquel primer otorgamiento de nombre a un dinosaurio. 16 Por James Hutton (1726-1797), geólogo escocés, padre del uniformitarismo geológico.
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